Bueno Salto, pintor vocacional
y amorosamente entregado a su arte, centra su obra en el paisaje. Es pintor
de lejanías, de brumas, de amplios cielos que cantan, sin gritos de color,
horizontes infinitos. Amplios y profundos espacios. Y en ellos no está
el hombre. Y si se nos ocurre buscarlo por esos paisajes, sólo acordes
de verdes, de azules, de ocres, nos encontramos, o mejor, descubriremos la soledad.
Una inquieta soledad asomando leve y sugeridor misterio vibrando entre la tenue
bruma, diríamos que armónicos del acorde hecho impulso y desarrollo
del cuadro.
Encontramos como una insistencia en el motivo que mueve al pintor. Pudiéramos
afirmar, teniendo sólo en cuenta este hecho, que la exposición
muestra unidad constituida por las variaciones de ese motivo y las propias estructuras
pictóricas que Bueno se impone.
Es posible que se pretenda ver en estas variaciones la culminación de
la obra, coincidente e influyente. Algo así, con la proyección
debida y la traslación de campo, de la obra de Brahms sobre la producción
beethoveniana. Pienso que no existe tal y ni siquiera se pretende. Como no existió
ni se pretendió en el alto ejemplo expresado, tampoco se da en el caso
de Bueno, aun cuando se aprecian claras coincidencias o quizá influencias,
¿quién que es no tiene influencias? , con la obra de Antonio Lago
, indudable y permanente maestro .
No me satisface señalar influencias porque, así lo pienso, sin
ellas no se formaría esa inconsciente colectivo que Jung muestra con
virtud creadora y determinante de la personalidad. Pero en el caso de Bueno
creo que es, cuando menos conveniente, dejar constancia, como queda hecho, de
que si su obra coincide o muestra influencias claras de la de otro Coruñes
consagrado, no imita.
Pienso que si su personalidad, claramente definida, le conduce por ese camino,
debe seguirlo dando la espalda a todo rumor, siempre contaminado.
LAUREANO ÁLVAREZ MARTÍNEZ - Crítico de Arte.